Un día más, y la misma rutina.
Me levanto temprano porque tengo que pasar por el banco antes de ir a la oficina.
Mientras desayuno prendo la radio, ya están hablando de que hoy es un día especial.
Me pone de mal humor, los últimos quince días no se escucha otra cosa tanto en la radio como en la televisión.
Puro negocio -digo; apago la radio y me voy.
Termino rápido el trámite en el banco, en febrero muchos están de vacaciones y no hay tanta gente.
Salgo, compro algo para el almuerzo y consigo un taxi.
Subo y le indico la dirección. El chofer tiene prendida la radio.
Y dale con el tema -pienso con fastidio.
Busco los auriculares en la cartera para escuchar música y trato de pensar en otra cosa.
El chofer toma por la calle Santa Rosa. La música me tranquiliza, al menos logra hacer desaparecer el mal humor inicial; aunque persiste una ligera tristeza.
Es una mañana calurosa y el auto no tiene aire acondicionado así que abro la ventanilla y dejo que el aire me golpee en la cara. Doblamos por La Cañada y avanzamos despacio a causa del tráfico.
En una esquina nos detiene el semáforo, afuera no corre ni siquiera una brisa, los árboles quietos brindan al menos un poco de sombra.
De pronto, por el rabillo del ojo, veo algo que va descendiendo en un perezoso vaivén. Me sobresalto al notar que entra por la ventanilla y cae en mi regazo.
Miro y ahí está, pequeña y rosada.
Una flor.
Es San Valentín, y él acaba de recordarme cuánto me ama.
Autor: Patricia Edith Alvarez
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