El plan está trazado. La promesa de Dios, como una flecha, es lanzada hacia delante en el tiempo atravesando las edades. Cruza rauda a través de las generaciones, sin desviarse, segura hacia la meta.
Muchos siglos e innumerables luchas ocurrirán antes de que esta profecía se cumpla. En el transcurso del tiempo, pueblos y civilizaciones enteras nacerán, florecerán y morirán desapareciendo sin dejar rastro. Hombres y mujeres jugarán, tal vez sin saberlo, su papel en el plan eterno que se está desarrollando.
Noé construirá el arca bajo un sol que raja la tierra, a kilómetros del mar más cercano.
Abraham saldrá de su tienda al frío aire de la noche y mirará hacia el cielo, tratando de contar las estrellas.
Jacob terminará cojeando, pero eso no tendrá importancia, se habrá confirmado la promesa.
Moisés, desde la cumbre del Nebo, contemplará la tierra que no pisará.
En los campos de Booz una muchacha recogerá espigas durante la cosecha.
David soñará con el templo.
Salomón lo levantará piedra sobre piedra.
Cientos de miles de vidas se entrelazarán desarrollando la historia.
El plan sigue adelante, imparable, aun cuando el enemigo hará todo lo posible por detenerlo. Se sabe vencido y está desesperado. Sabe que ocurrirá tarde o temprano. Pero no sabe dónde, ni cuándo. Pero la flecha no se detiene, tiene un lugar y un tiempo ya fijado, y el que la lanzó no es de aquellos que suelen errar el blanco. Se está acercando.
Allá abajo se puede ver un pueblito pequeño del que nadie hubiera esperado que saliese algo bueno. En un humilde pesebre, una joven mujer acuna a su hijo y guarda en su corazón todo lo que el cielo le ha revelado. La gloria de Dios se derrama sobre ese Rey que se humilló y dejó todo para hacerse humano, y un coro de ángeles anuncia con voz de triunfo que el postrer Adán ya ha llegado.
Para los que lo ignoran y hasta lo desprecian, no es más que un niño entre millones. Pero para los que lo esperaban es la confirmación de que la profecía se está cumpliendo como fue anunciada. Ya está aquí. Aquel a quien no pueden contener los cielos, en el cuerpito tibio de un recién nacido, el primogénito entre muchos hermanos. ¿Es éste el fin de la historia? No, es un nuevo comienzo, el cumplimiento de la promesa recién ha empezado…
No tengan miedo, porque vengo a traerles una buena noticia, que será causa de gran alegría para todo el pueblo. En la ciudad de David les ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías, el Señor.
Lucas 2:10-11 BLPH
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