Y pasó la Pascua.
Para muchos, un número rojo en el calendario, cuatro días para evadirse, relajarse, descansar, una buena ocasión para el turismo.
El mundo sigue girando inmutable, ajeno a todo. Otra vez la rutina de todos los días. La música resuena a todo volumen. Las noticias muestran lo de siempre: violencia, accidentes, denuncias y contradenuncias. Las imágenes en las pantallas se suceden a un ritmo enloquecedor, como si quisieran contagiar ese ritmo delirante, esa agitación febril; no vaya a ser que entre un segundo y otro quede alguna fracción de tiempo que permita pensar, recordar...
¿Quién recuerda al hombre de la cruz?
El huerto, las gotas de sangre en sus sienes, la
oración agonizante y la decisión.
La traición, el beso que lo entregó, el abandono y
la negación.
Los insultos y las afrentas, los azotes y la
vergüenza, el dolor.
La muerte que nos liberó.
El castigo inmerecido, el precio pagado, la deuda
saldada.
Cuando Jesús oró por los que habrían de creer también
tenía en mente a los que no están enterados de que no se trata solo de un largo
fin de semana más. Pensaba en los que cumplen con el ritual que les marca la
tradición, pero carente de significado. Pensaba en los que se ensordecen con la
música para no pensar en el vacío que los aturde por dentro. En los que apelan
a la violencia por ideales que no llenarán nunca las ansias del corazón.
Pensaba en los engañados, en los aprisionados por la mentira. Pensaba en todos
nosotros cuando consumaba el sacrificio.
El mundo parece haberlo hecho a un lado en medio de
su enajenada carrera.
Sin embargo, está vivo; hoy, ya, ahora, actual,
eterno.
Y vuelve pronto, tal como prometió.
¿Encontrará gente que crea en él?
¿Quién lo recuerda? ¿Quién recuerda al hombre de la
cruz?
Les digo, ¡él pronto les hará justicia! Pero cuando
el Hijo del Hombre regrese, ¿a cuántas personas con fe encontrará en la tierra?
Lucas 18:8
Autor: Patricia Edith Alvarez
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