Yo no me las imagino así. Imagino que tus manos fueron grandes y fuertes, curtidas, acostumbradas al
trabajo duro, a la garlopa y al martillo. Manos encallecidas, ásperas de tanto
suavizar la madera, con las marcas de las astillas antes que las de los clavos…
Ese detalle me hace pensar en
lo cercano que te hiciste a nosotros. Dejaste el cielo y te hiciste de carne y
hueso; trabajaste, y te habrás martillado los dedos; quizás hasta te dolió la
espalda al final de la jornada. Y, como muchos otros, vos también sufriste la
injusticia.
Esto me hace comprender cuán
interesado estás en nuestras vidas, hasta qué punto sos capaz de entender el
cansancio, la fatiga, la frustración, el dolor del cuerpo y también del alma. Y
cuánto se duele tu corazón al ver lo que logramos por empeñarnos en hacer las
cosas a nuestra manera y no a la tuya.
En medio de todo, es bueno
saber que, en estos tiempos en los que muchas veces las personas son
consideradas apenas un número, un instrumento descartable, un engranaje sin
valor trascendente, sin vida propia y sin identidad, vos todavía me llamás por
mi nombre.
¡No temas, pues yo te rescaté, yo te llamé por tu nombre, eres mío!
Isaías 43:1 NBV
Autor: Patricia Edith Alvarez
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