Ansiedad, tal vez uno de los sentimientos más difíciles de sobrellevar. Es hija de la prisa y la impotencia. Engendrada por la urgencia de ver algún cambio, algún escape, algún recurso, alguna señal; ve la luz cuando nada cambia, nada sucede, ninguna puerta se abre.
La ansiedad cansa. En un primer momento, paraliza. Luego empuja a hacer cualquier cosa, lo que sea, con la ilusión de contrarrestarla.
Sin embargo, la solución es tomar esa carga de ansiedad y llevártela a vos para que la tomes y poder descansar.
La solución es entender y aceptar que, aunque para mí cualquier hora es buena, vos sabés exactamente cuándo es la hora precisa.
Tengo que aceptar y confiar que vos conocés los tiempos, que nunca llegás tarde y que tenés todo bajo control.
El tiempo que para mí es demora, para vos es proceso, trabajo, maduración. La fruta cae por su propio peso cuando está madura, no antes.
Vos no necesitás que te dé una mano para que se cumplan tus promesas. Todas y cada una se van a cumplir, aunque hoy se demoren, aunque hoy no vea nada, aunque tarden.
Vos no te quedás en las buenas intenciones, prometiste y no sos hombre para mentir o para arrepentirte. Lo dijiste… ¿acaso no lo harás?
En su tiempo, en su perfecto tiempo, en el momento justo y adecuado; lo harás. Vos conocés la hora precisa, el tiempo y el lugar. Y lo harás.
Todavía no ha llegado mi hora, pero para ustedes cualquier hora es buena. Juan 7:5
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