"Cuando estés abatida y te sientas insignificante,
cuando haya lágrimas en tus ojos, yo las secaré todas.
Estoy a tu lado, cuando los tiempos sean difíciles
y amigos simplemente no encuentres,
como un puente sobre aguas turbulentas, me desplegaré.
Cuando te sientas decaída y extraña, cuando te veas perdida,
cuando la noche caiga sin piedad, te consolaré.
Yo estaré a tu lado cuando llegue la oscuridad
y el dolor te envuelva,
como un puente sobre aguas turbulentas, me desplegaré.
Navega chica plateada, navega.
Tu tiempo empieza a resplandecer.
Todos tus sueños están en camino, mira cómo brillan.
Si necesitas a un amigo, yo navego tras de ti,
como un puente sobre aguas turbulentas, voy a aliviar tu mente”.
(Puente sobre aguas turbulentas, de Paul Simon).
Siempre me encantó esta canción, desde que la escuché por primera vez en mi adolescencia. Sin embargo, no sabía qué decía la letra, hasta ahora.
De pronto un nudo apretado se formó en mi garganta. Por increíble que parezca, eran las palabras que necesitaba escuchar. Suavemente se fueron desgranando, una tras otra, hacia el centro de mi corazón.
Por un momento dudé… ¿podrá ser posible que me estés hablando a través de una canción de mi juventud?
La historia de mi vida, la confirmación de que siempre estuviste. Ahora, a la vuelta de los años, si miro hacia atrás, lo veo claramente.
¿Cuántas veces estuve abatida?
Siempre me levantaste.
¿Cuántas veces me sentí pequeña e insignificante?
Siempre afirmaste mi identidad y me otorgaste valor.
¿Cuántas veces hubo lágrimas en mis ojos?
Siempre las secaste.
Tiempos difíciles, amigos que se fueron, personas que defraudaron, que lastimaron.
Siempre estuviste ahí, cuando me sentía decaída, cuando me sentía extraña y fuera de lugar, cuando me sentía perdida. Cuando la oscuridad se abalanzó sobre mí sin piedad y me envolvió el dolor, tu Espíritu fue ese puente que me permitió atravesar todas esas circunstancias que amenazaban con arrastrarme y llevarme a la muerte.
Y aún estás, aquí y ahora, diciéndome que siga, que no me detenga, que navegue siguiendo tus corrientes. Y aunque el espejo devuelva esta imagen tan lejana de la de aquella jovencita, vos le hacés un guiño a esta chica de cabellos plateados que a veces duda y se siente cansada, y le decís que sus tiempos empiezan a resplandecer.
Y yo te creo, incluso cuando hablás de sueños que vienen en camino. Pero no quiero mis sueños chiquitos, quiero lo que vos soñaste para mí, esos que son agradables, perfectos y brillantes porque están maravillosamente alineados a tu voluntad.
Dependo por completo de vos para esta travesía, necesito que me enseñes a dirigir mis pensamientos hacia vos en vez de darle lugar a los que me perturban y me inquietan. Ese es el alivio que necesita mi mente, descansar en vos sabiendo que todo está bajo control.
Entonces, ¿qué puede salir mal? Pase lo que pase, vos navegás detrás de mí, listo para socorrerme si mi barca se atasca o se da vuelta, o si piedras estrechan el cauce. Vas detrás de mí listo para salvarme de cualquier naufragio. Mi Amigo, el más fiel, el único, el incomparable. El que no dudó en extenderse como un puente desde el cielo para llevarme a salvo a casa.
Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos.
Mateo 28:20
Autor: Patricia Edith Alvarez
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