Sendas


La arena se hunde a mi paso con un leve crujido mientras camino por la playa desierta. Las olas rodean mis pies, extendiéndose como una alfombra húmeda y escurridiza.

La brisa tibia me rodea y me despeina, como si tus dedos jugaran con mi cabello.

En el horizonte, apenas se distingue el límite entre el mar y el cielo porque, a partir de una delgada línea, la honda negrura se ilumina con una multitud de estrellas.

Me detengo al borde del agua. Sólo se escucha el sonido del mar. Es un murmullo comparado con esa voz “como el rugido de grandes olas” de Apocalipsis 14:2.

De pronto, como surgiendo del abismo, la luna empieza a asomar a lo lejos, imponente, encendida.

Todo lo que me rodea permanece inmutable, salvo el sendero de plata que se ha ido extendiendo hasta casi rozarme los pies.

Parece invitarme.

Parece decirme que caminar sobre su superficie es posible, que aún tenés preparadas nuevas sendas para que transite de tu mano.

Tu camino iba por una senda que cruzaba el mar, que atravesaba las poderosas aguas; una senda de la cual nadie sabía. Salmos 77:19


Autor: Patricia Edith Alvarez


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