De tu mano


Viví una vida mediocre y chata durante treinta y dos años, dándote la espalda, ignorante de tu existencia y de tu presencia; buscando mi propio camino y errando la senda una y otra vez. Fracasada, vacía, llena de dolor, destruida, acabada, sin esperanza, sin rumbo, sin deseos ni fuerza para seguir.

Aun así, en medio de la desesperación absoluta y el sinsentido, te acercaste, me buscaste, me amaste y me rescataste. Pagaste un alto precio por mi vida, me limpiaste, me sanaste, me mostraste mi verdadero valor, mi importancia, mi potencial. Me rodeaste, me protegiste, me sostuviste, me cobijaste, me acunaste. Me alentaste, me enseñaste, me pusiste de pie, levantaste mi cabeza y me escogiste, me llamaste por mi nombre.

Tu misericordia y tu gracia, y no mis propios méritos, lo hicieron posible. Y aún hoy, vos, el autor y consumador de mi fe, perfeccionás tu poder en mi debilidad; porque cuándo digo ser débil, vos te hacés fuerte en mí. Cuando digo que no puedo, vos me fortalecés. Cuando digo que no sé, vos me conducís a todo conocimiento y verdad. Cuando digo que no tengo, vos suplís conforme a tus incontables riquezas.

Tu amor no ha cambiado. Voy a ser valiente. Vos estás conmigo.


Pues yo te sostengo de tu mano derecha; yo, el Señor tu Dios. Y te digo: “No tengas miedo, aquí estoy para ayudarte”. Isaías 41:13 


Autor: Patricia Edith Alvarez


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