Ahora que he puesto en orden mi
altar y el fuego se ha encendido de nuevo, no permitas que vuelva a descuidarlo
y ese fuego se consuma, y me enfríe, y me muera.
Ahora que mis ídolos fueron
quitados de los lugares altos de mi corazón, no dejes que vuelva a darles el
lugar que antes tenían, no sea que caiga otra vez en esclavitud y en
infidelidad hacia vos.
Ahora que resolví moverme en
obediencia, sujetando mi voluntad a la tuya, no permitas que la debilidad
vuelva a dominarme, empujándome a una vida de esterilidad y frustración.
Ahora que ya he sido sanada,
quiero mantenerme vigilante contra las pequeñas zorras que arruinan la viña y
le impiden dar abundante fruto.
Debo aprender, finalmente
aprender, que no tengo que esperar a tropezar para apoyarme en la roca eterna.
Que no tengo que esperar a
sentir el aliento frío de la muerte para quitar las cenizas y avivar el fuego.
Que no tengo que esperar a
estar extraviada para preguntar al guía cuál es el camino.
Que no tengo que esperar a que
la amargura me invada para arrancarla de raíz y echarla lejos.
Quiero sentir tu vida latiendo,
tu fuego ardiendo.
Que ya no viva yo.
Viví tu vida en mí.
"...ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí".
Gálatas 2;20 DHH
Autor: Patricia Edith Alvarez
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