Una tarde, mientras iba a hacer
unas compras, pasaron frente a mí dos chicos en bicicleta. Uno de ellos,
sentado de costado sobre el caño y aferrado al manubrio, era el que guiaba. Su
compañero, sobre el asiento, se limitaba a pedalear mientras comía una naranja.
Los dos reían divertidos y despreocupados. En ese momento pensé en la gran
confianza que debía tener ese chico para desentenderse del rumbo que pudieran
tomar y limitarse a hacer lo suyo: pedalear, aunque lo único que viese por
delante fuera la espalda de su amigo. Eso puede ser desafiante e incluso
peligroso. En tales circunstancias, ¿quién no estaría tentado a asomarse por
encima del hombro solo para asegurarse que han tomado el camino correcto?
Esa escena me hizo reflexionar
sobre lo mucho que me cuesta abandonarme a la guía de Dios. Muchas veces las
cosas no parecen salir muy bien. Creo haber oído su voz claramente, confío en
que tomé las decisiones correctas, pienso que estoy haciendo su voluntad, pero
así y todo, siento temor. Me impaciento cuando la respuesta que parecía
inminente no llega. Quisiera ver el camino por delante, lejos, hasta el
horizonte. Desearía poder adelantarme a lo que pudiera venir, tomar ciertas
precauciones. Me pone nerviosa ir ahí atrás; ansiosa, y voy intentando espiar
un poco por encima de sus hombros para ver por dónde vamos y qué hay más
adelante.
¡Es que muchas veces todo
parece oscuro! Callejones sin salida, desiertos calientes y secos. La vida
resulta dura y el mundo amenazador; y siento que me faltan las fuerzas. Pero una
cosa sé, si tuviera la misma confianza que ese chico de la bicicleta nada de
eso debería detenerme. Si aguzo el oído y presto atención escucho su voz que me
alienta y me invita a seguir pedaleando, dándole para adelante con sus fuerzas
y no con las mías.
Él ya transitó el camino, lo
conoce, sabe bien por dónde ir, no tiene nada ni a nadie delante que le
entorpezca la visión, me guía por la senda más segura. Así que, ¡allá voy! Pase
lo que pase, mi más fiel amigo es quien va aferrado al manubrio.
“Porque este Dios es Dios
nuestro eternamente y para siempre; Él nos guiará aún más allá de la muerte”.
Salmo 48:14
Autor: Patricia Edith Alvarez
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